No sabía qué hacer. Una parte de su cuerpo quería salir corriendo. Pero su corazón le decía que debía quedarse y enfrentarse a sus miedos. Decidió intentarlo, al fin y al cabo, no tenía nada que perder.
- Sé que estás ahí -dijo tratando de disimular el temblor de su voz.- Sé lo que quieres. Déjate ver y solucionemos esto de una vez.
Silencio. Quizás debería huir...
De repente oyó un movimiento. Alguien intentaba salir de su escondite. Se quedó mirando impresionada. Eso no era lo que esperaba. Allí, delante de ella, una criatura fascinante que jamás había visto trataba de salir de su escondrijo. No sabía muy bien cómo definirlo. Parecía un hombre, pues tenía dos piernas y dos brazos. Parecía un águila, dos grandes alas llenas de brillantes plumas negras salían de su espalda. Sin embargo, algo había en aquella criatura que hizo que se sintiera confiada. No tenía miedo.
- No eres quien creía. ¿Qué haces aquí?
La criatura no contestó. Se acercó lentamente para no asustarla. Sus grandes pies terminaban en unas afiladas uñas capaces de cortar un árbol en dos con apenas un ligero movimiento. Sus piernas eran fuertes y ágiles. Los brazos se parecían a los de los guerreros que tantas veces había visto en sus libros. Las manos eran delicadas, suaves como las de un bebé que acaba de abrirse paso al mundo. Su cara estaba llena de cicatrices. Sus ojos eran de un marrón hipnotizante, brillantes, llenos de vida, sabiduría y curiosidad.
- Soy Mirawen, señor de los cielos, montes y ríos de esta zona del mundo. Desde Biermen hasta Kajean. Todo lo que ves me pertenece. ¿Qué haces aquí, criatura extraña?
- Mi nombre es Ethean y soy hija del rey de Sidue, al este de Biermen.
La criatura hizo una pequeña reverencia. Ethean dudó unos instantes pero decidió que lo mejor era imitar su comportamiento para no ofenderlo. Lentamente se levantó y se inclinó. Mirawen se acercó a ella, la tomó de la mano y la condujo a través del bosque hasta otro claro mucho más grande. Allí había una cascada de varios metros de altura. Mirawen se sentó a la sombra de un árbol con hojas extrañas.
- Ven y siéntate. Sé qué es lo que te preocupa. Te he estado observando y no eres una princesa cualquiera. Yo puedo ayudarte.
Ethean se acercó vacilante. No sabía si podía confiar o no en aquella criatura. Pero necesitaba ayuda. Y Mirawen se la estaba ofreciendo.